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De los Valores

El hombre contemporáneo es un ser angustiado y para resolver su angustia recurre a un recurso muy efectivo que le ha dado muy buenos resultados, este recurso es la simulación. Con este recurso simula progreso, éxito; ha llegado a ser maestro del camuflaje.

Si el hombre fuera presa de una crisis económica sería fácil la solución comparada contra una más depredadora, la crisis de los valores, esta última destruye las entrañas. Crisis que no es privativa de un sólo país u organización, hasta la inamovible iglesia católica se encuentra en crisis desde hace décadas.

Algunas veces una crisis es el preludio de una nueva etapa o la vuelta a los valores olvidados; se trata entonces de una época de transición, es decir, del fin de una época y del tránsito a otra; esa otra es hacia un nuevo orden de cosas. Este nuevo orden será el resultado de plantear nuevamente los grandes problemas de la humanidad y de renovar nuestra idea del hombre.

Se ha dicho que no ha habido ni puede haber una sociedad sin valores ni creencias, aunque no siempre hayan podido formar una estructura de valores y creencias que satisfagan al ser humano en lo material y en lo espiritual; estoy de acuerdo. El hombre necesita de dos soportes: el alimento que es material, y un valor que es espiritual. No podemos prescindir de ninguno de los dos, puesto con uno solo nos convertiríamos en un simple helecho, o con el otro, nos llevaría al plano de los ángeles, y el hombre no es un ángel ni un helecho.

Una ausencia de valores sería como vivir en el vacío, y eso no es vivir, es morir un poco cada día. Hoy, la actitud de los hombres es la de todos contra todos. El hombre se ha denigrado, ¿será por eso que trata de encontrar la respuesta en su pasado? Hay algo más cerca para encontrarla, bastaría un minuto de reflexión para oír la voz de la propia conciencia que diría: de tiempo en tiempo le hablo a los hombres, unos me escuchan y otros no, y otros parece que me escuchan pero no oyen. Tal parece que el hombre, además de estar ciego, es sordo.

Un estado nuevo de cosas será el de volver a encauzar los valores perdidos u olvidados que nos lleven a una nueva forma de pensar y actuar. En eso radica lo nuevo, lo cual implica una revolución, una súbita ruptura del desorden establecido. En este mundo no hay valores nuevos, sólo los ha jerarquizado el hombre según el tiempo en que se vive, por eso digo volver a encauzar; y digo revolución porque debe ser pronto, rápido, para esto último no surte efecto una recuperación lenta como si fuera convalecencia, es necesaria una intervención quirúrgica inmediata, como si se tratara de atender un infarto. Si hablo de revolución hablo de rebelión, de una rebelión del hombre contra sí mismo. El hombre debe rebelarse, es mejor ser rebelde que engañar, es mejor ser rebelde que matar, en esta encrucijada del camino es mejor ser rebelde que no ser rebelde. Cuando la rebeldía se apoya en el bastón de la razón la rebeldía no es rebeldía.

Ejemplos actuales de reencauzamiento, por citar algunos, los tenemos en la reciente unión europea y en el camino que han seguido los anteriormente pueblos soviéticos. Para los primeros, la puerta de entrada ha sido el comercio, para los segundos, su incursión al capitalismo actual. Para Europa, se trata, además de una nueva situación económica, una en lo social, en lo político y en lo cultural; para los pueblos soviéticos, la corrección a una equivocación. Resulta pues, paradójico, que mientras unos se integran otros se desintegran.

La tribulación de los pueblos sólo se soluciona componiendo lo descompuesto, integrando lo desintegrado, eliminando la corrupción, un mal que como cáncer corroe todos los ámbitos. Si es en los gobiernos, un gobierno corrupto es corrupto por causa del pueblo, un pueblo corrupto tiene un gobierno corrupto, no al revés; por lo tanto, un pueblo es corrupto porque corruptos son los hombres que lo integran, y todo lo que toca un hombre corrupto se vuelve corrupto.

Hace tiempo escuché cuatro grandes verdades referentes a la ética social: implica normas de comportamiento para sus habitantes, es un instrumento clave de cohesión social, es referencia para normar la lealtad entre las personas, y es un patrón o marco para juzgar lo bueno y lo malo.

La falta de estas aseveraciones hacen imposible la vida en comunidad; es cuando una sociedad erige un antivalor en valor y su práctica la lleva tarde o temprano a aquello que llamamos cinismo.

Se ha dicho que las ideologías han muerto porque la filosofía que les daba sustento fue cediendo terreno ante el avasallador mercantilismo muy en boga actualmente. Las últimas nacieron y murieron en este siglo XX, siglo de guerras, revoluciones, ciencia y tecnología, pero todo dirigido hacia el dios universal del dinero, el antivalor del hombre actual.

Si hablamos del dinero, que el hombre lo ha convertido en un valor y según datos de las Naciones Unidas, sólo trescientas cincuenta y ocho personas en el mundo tienen más dinero que el que tiene la mitad de los habitantes del mundo. ¿Es justo? Si es justo hada hay que discutir, pero si no es justo ¿qué sería lo justo? ¿Qué hacer? ¿Cómo solucionarlo? En un futuro, cuando el dinero no exista y se desconozca la riqueza no habrá este problema.

Mientras tanto, discurramos. Si le preguntamos a una de las partes dirá que es injusto que toda la riqueza se encuentre en pocas manos; si le preguntamos a la otra, dirá que es justo porque su riqueza es producto de su trabajo. La primera de las respuesta es frágil, no tiene sustento. ¿Se trata de decir entonces que a pesar de su trabajo no llegan a acumular riqueza? Visto de este modo sí es injusto, y justa es la respuesta de la otra parte. Luego, ¿dónde está el punto crítico? Se tienen dos puntos críticos en vez de uno; por un lado el hecho de acumular por acumular, y por el otro, el hecho de no recibir una remuneración justa a cambio del trabajo.

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