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De la Utopía

Cuando el hombre habla de utopía no lo hace para tratar de escaparse de la realidad en que vive, ni es la resultante de un ser inadaptado. Las utopías serán, para unos, sueños imposibles; para otros, una realidad en un futuro cercano, lejano o muy lejano. Hablar de utopía, de la Antropocracia, no es hablar de un sueño imposible, es adelantar la realidad del futuro, desear una vida mejor para el hombre, es romper con el presente pero sin olvidar el pasado. En las utopías, el valor y centro en la vida del hombre es el hombre. Si no fuese así, la humanidad permanecería inmóvil, impávida y el hombre nunca podría llegar a alcanzar el destino que le corresponde. Se hace historia viendo hacia adelante, no mirando al pasado ni permaneciendo inmóviles en el presente. Los hechos lo demuestran: el hombre quería volar y hoy vuela; el hombre deseaba su "libertad" y hoy la tiene. Hoy, el hombre desea vivir mejor y, vivirá mejor. Luego entonces, ¿Es necesaria una utopía? Y si es necesaria ¿cuándo aparece la necesidad de una utopía en el hombre?  Estas dos interrogantes las contesto con lo siguiente respuesta: cuando el hombre se encuentra perdido o cuando los  hombres derrotados se sienten, sobre una piedra a la orilla del camino o bajo la sombra de un árbol se sientan a reflexionar, sólo así reflexionan, reflexionan para reconstruir. Así pues, las utopías son necesarias y aparecen cuando el hombre se encuentra en crisis, sea en lo religioso, político o social. Son faros de luz que sirven para encauzar la nave a mejores puertos.  Si utópico es lo imposible, el mundo del hombre está hecho de imposibles, y lo seguirá estando.

¿Qué es una utopía? Es un punto en el horizonte hacia donde se dirigen hombres y pueblos en algún momento de su vida, de su historia. Desde hace siglos, las utopías, como faros de luz, han iluminado el camino del género humano, como lo han sido las religiones, los descubrimientos y otros. Para los enemigos de la utopía cabe preguntarles ¿el mundo sería el mismo o mejor  sin las utopías? Si la respuesta es sí, están equivocados. ¿Acaso la vida misma no es una utopía?

Toda utopía es rebelde. Y digo rebelde en cuanto a que se rebela contra lo establecido en el hoy para hacerlo mejor en el mañana. Toda utopía promete; porque si no prometiera dejara de ser utopía. Toda utopía contiene pasión, elemento necesario para cimbrar al hombre. Ninguna utopía es tibia, gris e insípida; no, ha sido, es y siempre será: ardiente, brillante y con un sabor a esperanza.

Hablar del fin de las utopías sería hablar del fin de la esperanza, de la esperanza de los pueblos. Un hombre sin utopía sería un hombre incompleto, un ser que ya no soñaría con algo mejor, ya no habría insatisfacción del hombre y ese día todavía está muy lejano. El hombre, aun sin conocer el vocablo, desea la utopía, la transformación del mundo, y que al transformarlo también él cambiaría, aunque debiera ser al revés. Lo que sí podemos asegurar es que la utopía nace del pesar que causa el recuerdo de un bien perdido o de la crítica de la realidad hacia algo más perfecto, porque toda utopía tiende a la perfección. Así, cuando nace una utopía es tiempo de rebelarse, es tiempo de la rebelión del hombre, de la rebelión del hombre contra el hombre cuyo escudo sea la razón.

Si la utopía vuela hacia un estado ideal ¿por qué camina el hombre? El hombre camina porque tiene miedo de volar. Siente temor no por lo que puede hacer sino por lo que ha hecho, por la historia que ha escrito, por el camino que ha recorrido.

Si en una fórmula mágica colocamos a la utopía como el objetivo a alcanzar por determinados medios, faltaría sólo un elemento y el más importante para lograr aquél; me refiero a la voluntad. El hombre carece de voluntad, el hombre tiene pereza; desea, pero no desea; necesita pero no necesita; siempre con un sí y con un no. Con base en esto, el hombre es un ser indefinido y a la vez contradictorio.

En la historia del hombre ha habido utopías calificadas con los más variados adjetivos, tales como civiles, sociales, morales y un mil más. Saltan las preguntas ¿por qué unas utopías nacen y en poco tiempo mueren? ¿Por qué otras quedan sólo en el papel? ¿Por qué hay pueblos que no abrazan una utopía, sino son seguidores por imitación y un día caen todos al despeñadero sin saber qué sucedió? ¿Será que las utopías que no cristalizan son como los árboles con demasiado tronco y ramas y poca raíz? ¿Será que el hombre no ha descubierto todavía lo que quiere? ¿Acaso las grandes utopías no son para beneficio del hombre?

Así como ha habido utopías de rápida realización, han existido otras que requirieron de un proceso lento; las ha habido también aquéllas que, una vez realizadas, han tenido una duración larga, otras, de poca duración; han existido también utopías derivadas de deseos, otras, de necesidades del hombre. No es lo mismo abrazar una utopía derivada de un deseo, que otra, resultado de una necesidad. Satisfacer un deseo es algo transitorio, de poca duración; satisfacer una necesidad es más duradero. Por lo tanto, el hombre le da prioridad a las utopías y tratará de realizar primeramente la que le solucione una o más necesidades, que cuando éstas son demasiadas se convierten en crisis, cuna de cualquier sueño.

Líneas arriba dejamos dicho que hay utopías que para hacerlas realidad requieren de un proceso lento, y si éstas son derivadas de necesidades del hombre su peso las convierte en una civilización, una nueva civilización.

Perseguir una utopía tiene enormes implicaciones, no basta asir una bandera y correr al frente de un puñado de convencidos. Toda acción del hombre requiere de un mayor o menor esfuerzo. Así visto, la mejor de las utopías se encontrará con el individualismo de cada ser humano, como su adversario,  barrera que la frena, la mata y hace olvidarla. Es de pocos hombres donde no hay fricción entre el yo y el nosotros, el primero es egoísmo, el segundo, solidaridad.

El elemento común a todas las utopías que no llegan a cristalizar es precisamente el egoísmo del hombre. Y mientras no se desprenda de este lastre seguirá siendo el mismo, dando vueltas eternamente como una mula en el trapiche, sin esperanza de algo. Ningún hombre se equivocaría al decir que siempre es necesario tener una utopía ante nuestros ojos. Aquéllos que están en contra de las utopías están equivocados, viven en el error.

Hay pueblos que persiguen un destino inmediato como meta y lo logran; otros, como el de la España del siglo XV, fue presa de su destino; otros no persiguen ningún destino, no son pueblos, un pueblo va tras un destino.

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